jueves, diciembre 14, 2006

Al final de la partida, el rey y el peon, acaban en la misma caja...


No me alegro de que hayas muerto. No, no así. No rodeado de los tuyos, no rodeado de las hienas que crecieron y se alimentaron de la carroña y la podredumbre que despedías cuando, aún sin corazón, estabas vivo. No acomodado, respetado aun por los miserables que te empujaron, te arroparon, y te llevaron al poder traicionando la voluntad del pueblo. No con honores, con tus camaradas de armas - sólo un poco menos indignos que tú- velando tu muerte. No en una cama, no con un medico aliviandote el dolor.

No.

Tu merecías morir como murieron aquellos a los que ordenaste asesinar. Lejos de su familia, torturados, humillados, violados. Merecias morir sin un resto de dignidad humana, despues de haber recibido solo una millonesima parte del dolor que causaste, despues de recibir solo una millonesima parte de la inhumanidad que repartiste. Merecias morir peor que un perro, pues un perro no es capaz de cometer los actos de indignidad e inhumanidad que en tu nombre, bajo tus ordenes, se cometieron. Merecerias haber muerto de hambre, frio y sed, despues de que mil ratas hubiesen orinado en otras mil heridas lacerantes y frescas, para despues alimentarse de tu carne au n viva, despues de haber recibido descargas electricas en los testiculos, en la cara, en cada milimetro de tu cuerpo. Merecerías haber muerto despues de haber sufrido la mas terrible y humillante de las torturas. Y eso, solo sería una millonésima parte de lo que dejaste tras de ti.

Y tras ello tu cadaver debería haber sido lanzado al lugar mas profundo del oceano desde un avion, o mejor aun, debería haber sido cortado en trozos pequeños, y haber sido utilizado para alimentar buitres y hienas, pues dudo mucho que ningun otro animal hubiese sido capaz de alimentarse de tu infecta carne. Es más, dudo mucho que ni siquiera una hiena pudiese ser capaz de alimentarse de tusentrañas podridas y corroidas por el odio y la inhumanidad.

Y finalmente, tu nombre debería de borrarse de los libros de historia, y ser sustituido por un apodo indigno como "el general ladrón", "el asesino del pueblo chileno", o "el carnicero", para que ni siquiera los que creen y creyeron que tus actos estaban justificados tengan el derecho de mentar tu infausto nombre. Y tu apellido debería ser prohibido en los registros de todo el mundo. Sólo para poder olvidar todo el odio que sembraste, toda la muerte que repartiste, todo el dolor que dejaste como herencia.

Y ni con eso se habría podido llegar ni a la millonesima parte del dolor que dejas tras de ti.

No, no me alegro de tu muerte. Es la diferencia entre los tuyos y los demás. Por eso me creo, me se, mejor que tu. Mejor que los tuyos. Como casi cada ser humano que haya pisado la faz de la tierra. Nosotros, los seres humanos, jamás te hubiésemos asesinado ni torturado. Sólo te hubiésemos hecho ser uno más.

Hoy te deseo que el dios en el que creen los mismos sacerdotes que te alabaron y defendieron realmente exista. Si es así, estarás sufriendo la más cruel de las torturas en el fuego eterno. Y de torturas, tú, sabías mucho. Tendrás cerca, muy cerca a tu mentor.

No me alegro de tu muerte, pero sé que tras ella, hoy, el mundo es un lugar mucho, mucho mejor. Adios, Pinochet. La humanidad no te echará de menos.